Cuando los nomagos
Europeos empezaron a emigrar al Nuevo Mundo, también hubo magos y brujas de
origen Europeo que se dirigieron a América a instalarse. Al igual que sus
compatriotas nomagos, tenían todo tipo de razones por las que dejar sus países.
A algunos les empujaba el sentido de la aventura, pero la mayoría huía de algo:
de nomagos hostiles, de otro mago o bruja, pero también de las autoridades
mágicas. Estos últimos buscaban pasar desapercibidos entre las oleadas de
nomagos, o esconderse entre la población mágica india, que en general se
alegraba de dar la bienvenida y proteger a sus hermanos europeos.
Sin embargo, desde
el principio quedó patente que la vida para magos y brujas en el Nuevo Mundo
iba a ser mucho más dura que en el Viejo Mundo. Y esto se debía,
principalmente, a tres razones:
En primer lugar, al
igual que los nomagos, habían llegado a un continente con muy pocas
comodidades, excepto las que fabricaban ellos mismos. En su país de origen no
tenían más que acercarse a la botica para encontrar todo lo que necesitaban
para las pociones. Aquí, tenían que buscar ingredientes entre plantas mágicas
que desconocían. No había fabricantes de varitas establecidos y el Colegio
Ilvermorny de Magia y Hechicería, que un día se convertiría en uno de los
colegios de magia más importantes del mundo, no era más que una casucha con dos
profesores y dos estudiantes.
En segundo lugar,
las acciones de los nomagos colonos conseguían que la población no mágica de la
mayoría de los países natales de los magos pareciese encantadora. Los
emigrantes no solo libraban guerras contra la población nativa, lo cual afectó
seriamente a la unidad de la comunidad mágica, sino que, además, dadas sus
creencias religiosas eran muy intolerantes ante cualquier indicio de magia. Los
puritanos no pestañeaban al acusarse los unos a los otros de hechicería, sin
apenas pruebas, así que los magos y brujas del Nuevo Mundo hacían bien en
desconfiar de ellos.
Por último, el que
probablemente fuese el mayor peligro al que tuvieron que enfrentarse los magos
al llegar a Norteamérica, los rastreros. Como la comunidad mágica en América
era pequeña, dispersa y muy hermética, no disponía de ningún cuerpo de
seguridad propio. Esto dejó un vacío que fue llenado por una banda sin
escrúpulos de mercenarios mágicos de muchas nacionalidades, banda que formó un
comando brutal y temido dedicado a dar caza no solo a criminales, sino a
cualquiera a cambio de oro. Año tras año, los rastreadores se fueron volviendo
más corruptos. Lejos de la jurisdicción de sus gobiernos mágicos nativos,
muchos se excedían en el uso del poder y en una crueldad que no estaba
justificada por la misión. Disfrutaban con los derramamientos de sangre y las
torturas, e incluso llegaron a traficar con sus camaradas magos. El número de
rastreros se multiplicó a lo largo y ancho de América a finales del siglo XVII
y hay pruebas de que hicieron pasar a nomagos inocentes por magos con tal de
cobrar recompensas de ingenuos miembros de la comunidad no mágica.
Los famosos juicios
por brujería de Salem de 1692 y 1693 devastaron a la comunidad mágica. Los
historiadores mágicos coinciden en que entre los supuestos jueces puritanos
había, al menos, dos rastreros que esperaban librarse de las enemistades que se
habían granjeado en América. Buena parte de las sentenciadas sí eran brujas,
pero plenamente inocentes de los crímenes de los que las acusaron. Los demás
eran simples nomagos que tuvieron la mala suerte de verse envueltos en la
histeria y sed de sangre del momento.
Los hechos de Salem
afectaron a la comunidad mágica más allá de aquellas muertes trágicas. El
efecto inmediato de los juicios fue que muchos magos y brujas huyeron de
América, y muchos más decidieron no emigrar al nuevo continente. Esto supuso
una interesante fluctuación en la población mágica de Norteamérica, en
comparación con las poblaciones de Europa, Asia y África. Hasta la primera
mitad del siglo XX, había muchos menos magos y brujas entre la población
americana que en los otros cuatro continentes. Las familias de sangre pura,
quienes se mantenían al tanto de las actividades de tanto puritanos como
rastreros a través de los diarios del mundo mágico, apenas emigraron a América.
Eso dio pie a que en el Nuevo Mundo hubiese un mayor porcentaje de magos y
brujas de familias nomagas. Aunque estos a menudo se casaban entre sí y
formaban familias enteramente mágicas, la ideología de los sangre pura limpia
que ha perseverado a lo largo de gran parte de la historia mágica de Europa
apenas ganó muy poco terreno en América.
Probablemente, la
consecuencia más importante de los juicios de Salem fue la creación del
Magicongreso Único de la Sociedad América en 1693, que precede en casi un siglo
a la versión nomaga, aunque todos los magos y brujas lo llaman por su
abreviatura, MACUSA. Por primera vez, la comunidad mágica de Norteamérica aunó
esfuerzos para crear leyes propias, estableciendo un mundo mágico dentro de un
mundo nomago, al igual que existía en otros países. La primera tarea del MACUSA
fue juzgar a los rastreros que habían traicionado a los de su clase. Los
condenados por asesinato, tráfico de magos, tortura y toda clase de crueldades,
fueron ejecutados por sus crímenes.
Algunos de los
rastreros más infames escaparon de la justicia. Aunque se emitieron órdenes de
arresto internacionales, consiguieron desaparecer para siempre mezclándose
entre la comunidad no mágica. Algunos se casaron con nomagos y si alguno de sus
hijos nacía con magia, se libraban de ellos a favor de los que no tenían magia,
para poder mantener su tapadera. Los rastreros, vengativos y apartados de su
gente, transmitieron a sus descendientes la convicción absoluta de que la magia
era real, y que los magos y brujas debían exterminarse allí donde se
encontraran.
El historiador de la
magia de América Theophilus Abbot identificó a varias de esas familias: todas
ellas creían ciegamente en la magia y todas sentían un profundo odio por ella.
Los nomagos americanos suelen ser más desconfiados y más difíciles de engañar
en lo que a magia se refiere que otras poblaciones y eso puede deberse en parte
a las creencias y actividades antimagia de los descendientes de los rastreros.
Esto ha supuesto considerables repercusiones legislativas para la comunidad
mágica de Norteamérica.
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