viernes, 11 de marzo de 2016

CUARTO TEXTO - La magia en Norteamérica en los años 20 - By J.K. Rowling


Los magos de América participaron en la Gran Guerra de 1914 a 1918, aunque la gran mayoría de sus compatriotas nomagos no eran conscientes de su ayuda. Como había una facción mágica en cada bando, sus esfuerzos no fueron decisivos, pero lograron muchas victorias, impidieron un mayor número de bajas y derrotaron a sus enemigos mágicos.

Sin embargo, esta empresa común no moderó la postura del MACUSA, y la Ley de Rappaport siguió en vigor, impidiendo que magos y nomagos confraternizasen. Para los años 20, los magos y brujas de los Estados Unidos estaban acostumbrados a vivir más ocultos que sus camaradas europeos, y a elegir a sus amigos únicamente de entre los suyos.

La catastrófica violación del Estatuto del Secreto de Dorcus Twelvetrees formaba ya parte del lenguaje mágico: ser un "dorcus" pasó a ser sinónimo de idiota o inepto. El MACUSA seguía sancionando con penas durísimas a aquellos que incumplían el Estatuto Internacional del Secreto, y también toleraba menos que sus equivalentes europeos los fenómenos mágicos, como los fantasmas, poltergeists y criaturas, por el riesgo que podría suponer que los nomagos los descubrieran.

Tras la gran rebelión de los sasquatch de 1892 (para más información se puede consultar el popular libro "La última batalla de Pie Grande", de Ortiz O'Flaherty), la sede del MACUSA tuvo que trasladarse por quinta vez, pasando de Washington a Nueva York, donde se mantuvo durante los años veinte. La presidenta del MACUSA en esta década fue Madame Seraphina Picquery, una bruja de Savannah, famosa por su talento.

Para los años veinte, el Colegio Ilvermorny de Magia y Hechicería llevaba ya dos siglos prosperando y se consideraba uno de los mejores del mundo. Gracias a las asignaturas comunes de su plan de estudios, todos los magos y brujas dominaban el uso de la varita.
Debido a la legislación que se introdujo a finales del siglo XIX, todos los miembros de la comunidad mágica de Norteamérica debían llevar consigo una "licencia de varita", una medida con la que se pretendía controlar toda la actividad mágica e identificar a los infractores por su varita. Al contrario que en Gran Bretaña, donde Ollivanders era insuperable, Norteamérica contaba con cuatro prestigiosos fabricantes de varitas.
Shikoba Wolfe, de origen chocktaw, alcanzó la fama por sus varitas talladas con intrincados motivos y centro con plumas de la cola del ave del trueno (el ave del trueno es un pájaro mágico americano emparentado con el fénix). Las varitas de Wolfe eran conocidas por ser muy poderosas, pero también muy difíciles de dominar. Eran especialmente apreciadas entre los transformadores.

Johannes Jonker era un mago de familia muggle. Su padre era un dotado ebanista, y él aplicó sus dotes en la fabricación de varitas. Eran muy populares y muy fáciles de reconocer, pues solían tener incrustaciones de nácar. Tras experimentar con muchos centros, el material mágico preferido de Jonker era el pelo de gato wampus.
La fama de Thiago Quintana se extendió como la espuma por todo el mundo mágico cuando entraron en el mercado sus varitas elegantes y generalmente largas. El centro contenía una única espina translúcida del lomo de los monstruos del Río Blanco de Arkansas y producía hechizos poderosos y elegantes. Los temores por la sobreexplotación de estos monstruos se mitigaron cuando se demostró que solo Quintana sabía cómo atraerlos, un secreto que guardó con celo hasta su muerte, momento en el que se dejaron de fabricar las varitas con espinas del monstruo del Río Blanco.

Violetta Beauvais, la famosa fabricante de varitas de Nueva Orleans, se negó durante muchos años a revelar el centro de sus varitas, que siempre fabricaba con madera del espino de los pantanos. Con el tiempo se descubrió que contenían pelo de rougarou, el peligroso monstruo con cabeza de perro que frecuenta los humedales de Luisiana. Hay quien decía que las varitas de Beauvais se sentían tan atraídas por la magia negra como los vampiros por la sangre, sin embargo, más de un héroe de los años veinte luchó armado solo con una varita de Beauvais, y se sabía que la propia presidenta Picquery poseía una.

Al contrario que la comunidad de nomagos en los años veinte, el MACUSA permitía a los magos y brujas consumir alcohol. Muchos de los detractores alegaban que esta permisividad provocaba que llamasen la atención en ciudades llenas de nomagos sobrios. Sin embargo, en un momento de inusitada distensión, se oyó decir a la presidenta Picquery que ser un mago en América era ya de por sí bastante difícil. Como señaló a su secretario de estado: "el agualegre no es negociable".

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