Los magos de América
participaron en la Gran Guerra de 1914 a 1918, aunque la gran mayoría de sus
compatriotas nomagos no eran conscientes de su ayuda. Como había una facción
mágica en cada bando, sus esfuerzos no fueron decisivos, pero lograron muchas
victorias, impidieron un mayor número de bajas y derrotaron a sus enemigos
mágicos.
Sin embargo, esta
empresa común no moderó la postura del MACUSA, y la Ley de Rappaport siguió en
vigor, impidiendo que magos y nomagos confraternizasen. Para los años 20, los
magos y brujas de los Estados Unidos estaban acostumbrados a vivir más ocultos
que sus camaradas europeos, y a elegir a sus amigos únicamente de entre los
suyos.
La catastrófica
violación del Estatuto del Secreto de Dorcus Twelvetrees formaba ya parte del
lenguaje mágico: ser un "dorcus" pasó a ser sinónimo de idiota o
inepto. El MACUSA seguía sancionando con penas durísimas a aquellos que
incumplían el Estatuto Internacional del Secreto, y también toleraba menos que
sus equivalentes europeos los fenómenos mágicos, como los fantasmas,
poltergeists y criaturas, por el riesgo que podría suponer que los nomagos los
descubrieran.
Tras la gran
rebelión de los sasquatch de 1892 (para más información se puede consultar el
popular libro "La última batalla de Pie Grande", de Ortiz
O'Flaherty), la sede del MACUSA tuvo que trasladarse por quinta vez, pasando de
Washington a Nueva York, donde se mantuvo durante los años veinte. La
presidenta del MACUSA en esta década fue Madame Seraphina Picquery, una bruja
de Savannah, famosa por su talento.
Para los años
veinte, el Colegio Ilvermorny de Magia y Hechicería llevaba ya dos siglos
prosperando y se consideraba uno de los mejores del mundo. Gracias a las
asignaturas comunes de su plan de estudios, todos los magos y brujas dominaban
el uso de la varita.
Debido a la
legislación que se introdujo a finales del siglo XIX, todos los miembros de la
comunidad mágica de Norteamérica debían llevar consigo una "licencia de
varita", una medida con la que se pretendía controlar toda la actividad
mágica e identificar a los infractores por su varita. Al contrario que en Gran
Bretaña, donde Ollivanders era insuperable, Norteamérica contaba con cuatro
prestigiosos fabricantes de varitas.
Shikoba Wolfe, de
origen chocktaw, alcanzó la fama por sus varitas talladas con intrincados
motivos y centro con plumas de la cola del ave del trueno (el ave del trueno es
un pájaro mágico americano emparentado con el fénix). Las varitas de Wolfe eran
conocidas por ser muy poderosas, pero también muy difíciles de dominar. Eran
especialmente apreciadas entre los transformadores.
Johannes Jonker era
un mago de familia muggle. Su padre era un dotado ebanista, y él aplicó sus
dotes en la fabricación de varitas. Eran muy populares y muy fáciles de
reconocer, pues solían tener incrustaciones de nácar. Tras experimentar con
muchos centros, el material mágico preferido de Jonker era el pelo de gato
wampus.
La fama de Thiago
Quintana se extendió como la espuma por todo el mundo mágico cuando entraron en
el mercado sus varitas elegantes y generalmente largas. El centro contenía una
única espina translúcida del lomo de los monstruos del Río Blanco de Arkansas y
producía hechizos poderosos y elegantes. Los temores por la sobreexplotación de
estos monstruos se mitigaron cuando se demostró que solo Quintana sabía cómo
atraerlos, un secreto que guardó con celo hasta su muerte, momento en el que se
dejaron de fabricar las varitas con espinas del monstruo del Río Blanco.
Violetta Beauvais,
la famosa fabricante de varitas de Nueva Orleans, se negó durante muchos años a
revelar el centro de sus varitas, que siempre fabricaba con madera del espino
de los pantanos. Con el tiempo se descubrió que contenían pelo de rougarou, el
peligroso monstruo con cabeza de perro que frecuenta los humedales de Luisiana.
Hay quien decía que las varitas de Beauvais se sentían tan atraídas por la
magia negra como los vampiros por la sangre, sin embargo, más de un héroe de
los años veinte luchó armado solo con una varita de Beauvais, y se sabía que la
propia presidenta Picquery poseía una.
Al contrario que la
comunidad de nomagos en los años veinte, el MACUSA permitía a los magos y
brujas consumir alcohol. Muchos de los detractores alegaban que esta
permisividad provocaba que llamasen la atención en ciudades llenas de nomagos
sobrios. Sin embargo, en un momento de inusitada distensión, se oyó decir a la
presidenta Picquery que ser un mago en América era ya de por sí bastante
difícil. Como señaló a su secretario de estado: "el agualegre no es
negociable".
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